viernes, 19 de noviembre de 2010

Cuando los profesores nos convertimos en los nativos

¿De qué se ríe Prensky?
Tras experimentar, fracasar, sorprendernos, trabajar en forma colaborativa, internarnos en los mares cibernéticos, naufragar en los navegadores e izar banderas en el ancho de banda, hemos llegado a una conclusión fascinante: los profesores somos más nativos digitales que nuestros alumnos.

¿Acaso algunos de nuestros chicos o chicas se tomaría el trabajo de explorar alguna de las herramientas que nosotros hemos tratado de desentrañar? Difícil. A menos, claro está, que se traten de escenarios en los que puedan dar rienda suelta a sus impulsos lúdicos y a su fascinación por la autorreferencia y por el egocentrismo icónico (léase: publicar todos los días la foto en la "pose" perfecta). ¿Pueden los escenarios educativos digitales crear estos entornos? Mmmmm... posiblemente, pero todavía no la hemos chuntado por ahí.

Lo que hay que reconocer es la enorme facilidad que tienen nuestros alumnos para acercarse intuitivamente a estas herramientas y apropiarse de ellas con suma facilidad, algo que a nosotros nos ha costado sangre, sudor, lágrimas y algún que otro cacerolazo de nuestras parejas. Sin embargo, hemos descubierto y aprendido muchas cosas que posiblemente utilizaremos en nuestro quehacer educativo diario. Nuestros estudiantes, posiblemente, hagan uso de las herramientas durante un ciclo y luego la dejen relegada en algún pasaje oscuro de su memoria (que de esos tienen bastantes; los raros son los pasajes luminosos).

La sorpresa... Quizás sea ese el camino al momento de provocar alguna reacción en nuestros educandos, y el objetivo del Proyecto Telaraña se enfoca justamente en eso: aprovechar los medios para generar conocimiento de una forma que nuestros alumnos no hayan experimentado anteriormente. Es el juego de Prenski; es la utopía de Piscitelli. Por eso nos sentimos con todo el derecho de emanciparnos de la inmigración y considerarnos nativos. ¡Sí, señor!

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